Respetar a la Tierra.
Una llamada ancestral,
un eco que resuena en cada corazón
consciente, un susurro de nuestros sabios
antepasados que a ser leales nos obliga.
La Tierra, fuente de vida y abundancia,
regalo divino, sagrado, perpetuo, nos
brinda sus frutos, sus bosques, sus ríos y en
los pétalos de cada flor su eterna vocación
nos revela.
Respetarla no es una mera opción, es
nuestro deber, nuestra misión sagrada.
Protegerla, cuidarla, preservarla,
para que las futuras generaciones
encuentren en ella su cobijo y disfruten
de su más pura esencia.
Llegan vientos de cambio climático, los
mares nos hablan con violenta voz, el
fuego arrasa los bosques milenarios y la
Tierra, con un dolor atroz, llora en
silencio.
Es tiempo de alzar la voz,
de unirnos como un todo,
en un solo movimiento, para
sanar sus heridas
y abandonar la indiferencia.
Pongamos todo nuestro saber
en recuperar el equilibrio.
Respetando a la Tierra, celebrando la
unidad de todos los seres, le daremos
sentido a nuestra existencia.
Respetando a la Tierra, construiremos el
puente hacia un futuro donde renazca la
vida y las conciencias se expandan…
Somos parte de un misterioso tejido, un
eslabón crucial en la cadena de la vida.
Cuidemos, mimemos a la Madre Tierra y
ella nos nutrirá, nos responderá, sus
infinitas delicias nos hará sentir…
Celebremos nuestra comunión con el mundo,
elevemos nuestras voces contra la
corrupción y el egoísmo, no veamos en la
Tierra un negocio, ni la esquilmemos por
nuestro propio y engañoso beneficio.
Tratemos a la Tierra con manos amorosas,
honremos su grandeza con generosas
acciones. En cada gesto, demostremos
nuestro fervor por la creación…
¡Y así, sumándonos a las voces que
claman contra la soberbia, contra la prepotencia,
velemos, en una libertad vigilante, por la
salud de la Naturaleza!